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El insolidario

Veo fisuras en la nueva narrativa televisiva

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Emma Stone en la grabación de "Maniac".

            Ya remiso el entusiasmo con el que descubrí hace un par de otoños la nueva narrativa televisiva, comienzo a darme cuenta de que no todo es excelencia en esa eclosión de las series a la que asistimos.

 

            A finales del verano de 2016, mi libro sobre David Lynch y una suscripción a Netflix me llevaron a una televisión que comenzó a gestarse en Twin Peaks (Mark Frost y David Lynch, 1990) y alcanzó su máximo apogeo en las plataformas de streaming. Un camino que discurrió por propuestas como Doctor en Alaska (Joshua Brand y John Falsey, 1990-1995), Ally McBeal (David E. Kelley, 1997-2002), Buffy, cazavampiros (Joss Whedon, 1997-2003) y el resto de las series que, aún dentro de la televisión del amado siglo XX, por su singularidad y por su calidad ya apuntaban a la textura de la televisión del siglo XXI.

            Como a casi todo, yo llegué tarde a esa eclosión de las nuevas series. Pero en esta ocasión tengo un motivo más que justificado para mi retraso: no hay nada en el mundo que me guste más que ver una película. Y, por mucho que se parezcan, una cinta es algo diferente a una serie. El filme cuenta una historia condensada en una entrega, el serial puede dilatar esa misma historia en las entregas que su creador estime oportunas. Y, como reza el adagio: lo bueno, si es breve, dos veces mejor. Por mi parte, ya de niño, prefería una proyección cinematográfica a una emisión televisiva.

 

            Esa misma tendencia es la que ahora ha acabado por abrir las primeras fisuras en ese entusiasmo con el que descubrí las series en 2016. Entonces, mis favoritas eran Penny Dreadful (John Logan, 2014-2016) y American Horror Story (Ryan Murphy y Brad Falchuk, 2011). La segunda, tercera y cuarta temporadas -Asylum (2012-2013), Coven (2013-2014) y Freak Show (2014-2015)- me llamaron tanto la atención que fueron la causa de mi suscripción a Netflix. Pero la quinta -Hotel (2015-2016)- me cansó. Tardé varios meses en terminarla, prueba irrefutable de que, más tarde o más temprano, hay una temporada en que todas las series pierden su interés. Por no hablar de esos capítulos, ya dentro de la primera temporada, en los que inexorablemente caen en el tedio, en la rutina.

 

            De Penny Dreadful me atrajo el subyugante encanto de Eva Green, quien sin duda encontró en Vanessa Ives uno de los grandes papeles de su carrera. Sin olvidar esa reunión de los grandes personajes de la novela decimonónica -Talbot el licántropo (Josh Hartnett), Victor Frankenstein (Harry Treadaway), Dorian Gray (Reeve Carney)- claramente heredera de aquellas mixturas de monstruos de la Universal -Frankenstein y el Hombre Lobo (Roy William Neill, 1943), La zíngara y los monstruos (Erle C. Kenton, 1944), La mansión de Drácula (Erle C. Kenton, 1945)-. Fue tanto el goce que me procuró Penny Dreadful que cuando John Logan anunció que las aventuras de la cautivadora médium Vanessa Ives no se prolongarían más allá de la tercera temporada me pareció todo un acierto. A las buenas series hay que saber ponerlas punto final antes de que su excelencia caiga en el adocenamiento. Sólo las que acabaron cuando aún cautivaban a la audiencia, que no las que fueron explotadas por sus responsables hasta que terminaron con el interés que despertaron en el público en las primeras entregas, pasan a integrar el parnaso de la televisión de culto.

 

            Cuando supe de aquellas manifestaciones de Logan, aún no había tenido oportunidad de dar cuenta de la tercera temporada de Penny Dreadful. Cuando al cabo lo hice, comprendí que las palabras de su creador habían llegado tarde. El derrotero de Talbot por el Oeste norteamericano, por un absurdo western, tan lejos del Londres victoriano donde ayudó a Vanessa en su lucha contra la cábala de Evelyn Poole (Helen McCrory), deja tanto que desear que nos demuestra que también Penny Dreadful cayó en esa monotonía que impone el final.

 

            Naturalmente, tengo una nueva favorita: Maniac (Cary Joji Fukunaga y Patrick Somerville, 2018-). A mi entender, esta espléndida comedia fantaciéntífica sobre el magnetismo que se establece entre dos extraños unidos por un experimento farmacéutico, Annie Landsberg (Emma Stone) y Owen Milgrim (Jonah Hill), es uno de los mejores ejemplos de esa nueva narrativa televisiva. Tanto su asunto como su puesta en escena son paradigmáticos de ese nuevo estilo de hacer ficción para la pequeña pantalla. Y no deja de ser curioso porque la primera línea temporal de Maniac -en las distintas entregas Annie y Owen viajan a diferentes épocas y lugares-, está ambientada en un pasado no muy remoto -cuando los ordenadores aún no contaban con pantallas de plasma-, pero pasado en cualquier caso. La dirección de todos sus capítulos viene firmada por Fukunaga, lo que me lleva a pensar que este realizador es uno de los más dotados de toda la nueva narrativa televisiva, el que mejor ha sabido captar la verdadera mirada de la pequeña pantalla de nuestro tiempo. Bien es verdad que la primera temporada de True detective (Nic Pizzolato, 2014), primera realización seriada de Fukunaga, es tan heredera del thriller escabroso -El silencio de los corderos (Jonathan Demme, 1991), por citar el primero que me viene a la cabeza- como lo es The Walking Dead (Frank Darabont, Angela Kang, 2010-) de La noche de los muertos vivientes (George A. Romero, 1968). Pero Maniac, en lo que a mí respecta, es uno de los paradigmas de la textura de la televisión del siglo XXI.

            Sólo he soportado una temporada de The Walking Dead, dicho sea de paso. Sin embargo, aplaudo con entusiasmo Juego de tronos (David Benioff y D.B. Weiss, 2011-), que he seguido con la misma avidez que el común de sus espectadores. Pero mi ovación no es óbice para ver que ha traído a la televisión de nuestro tiempo lo que trajo la trilogía de El señor de los anillos (Peter Jackson, 2001-2003) al cine de principios de siglo: la fantasía épica.

 

            También admitiré que Stranger Things (2016-), el homenaje de los hermanos Buffer al cine fantástico de los años 80, me ha interesado mucho más que las películas que viene a evocar. Pero ya van siendo numerosas las series que se me antojan obras fallidas porque no responden a las expectativas que ellas mismas despiertan. Ése es el caso de The OA (Brit Marling y Zal Batmanglij, 2016-), que en su primer capítulo nos presenta a una niña que vuelve del umbral de la muerte con poderes extraordinarios y acaba siendo una apología más del buenrollismo.

 

            Más de lo mismo, pero sin el buen rollo, puede decirse de Altered Carbon (Laeta Kalogridis, 2018-), una propuesta ciberpunk. Ambientada en el año 2384, en un mundo donde la identidad de las personas puede almacenarse en un soporte digital y pasar de un cuerpo a otro, tan elevado asunto -hubiera hecho feliz al mismísimo Philip K. Dick- acaba degenerando en poco más que una serie de peleas coreografiadas y una suerte de dudoso esteticismo.

 

            A veces no es el tedio que precede al fin, ni la producción adocenada de sus capítulos lo que cabe criticar a esta nueva narrativa televisiva. He comprobado que también hay propuestas a las que reprocharle precariedad en la producción. Dejé de ver Vikingos (Michael Hirst, 2013) en el tercer capítulo de su primera temporada, cuando me di cuenta de que el primer ataque de los escandinavos a la costa inglesa no era sino un remedo a la baja -con menos extras directamente- de los rodados en Los Vikingos (1958) por Richard Fleischer.

 

            En Fiesta en el castillo Varlar (Billy Gierhart, 2016), tercer episodio de Timeless (Eric Kripke, 2016-2018), se nos presenta a Ian Fleming en sus días de espía de la inteligencia inglesa, destinado en la retaguardia del Tercer Reich. Pues bien, el uniforme de nazi que luce el futuro autor de las aventuras de James Bond metido en aquel lance le queda grande. Sólo es una de las diversas cutrerías que se detectan en la puesta en escena. Aunque no es menos cierto que el atractivo de Abigail Johnson hace que todo quede en nada. Su presencia fue bastante para seguir la serie con avidez hasta la última entrega. Y si llega a España la segunda temporada, ya emitida en Estados Unidos, la veré con idéntica devoción. Después de todo, tanto en las series como en las películas, no hay nada que me guste más que las actrices.


Publicado el 22 de noviembre de 2018 a las 18:30.

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Javier Memba

Javier Memba

            Periodista con más de cuarenta años de experiencia –su primer texto apareció en la revista Ozono en 1978-, Javier Memba (Madrid, 1959) fue colaborador habitual del diario EL MUNDO entre junio de 1990 y febrero de 2020. Actualmente lo es en Zenda Libros. Estudioso del cine antiguo, en todos los medios donde ha publicado sus cientos de piezas ha demostrado un decidido interés por cuanto concierne a la gran pantalla. Puede y debe decirse que el setenta por ciento de su actividad literaria viene a dar cuenta de su actividad cinéfila. Ha dado a la estampa La nouvelle vague (2003 y 2009), El cine de terror de la Universal (2004 y 2006), La década de oro de la ciencia-ficción (2005) –edición corregida y aumentada tres años después en La edad de oro de la ciencia ficción-, La serie B (2006), La Hammer (2007) e Historia del cine universal (2008).

 

            Asimismo ha sido guionista de cine, radio y televisión. Como novelista se dio a conocer en títulos como Homenaje a Kid Valencia (1989), Disciplina (1991) o Good-bye, señorita Julia (1993) y ha reunido algunos de sus artículos en Mi adorada Nicole y otras perversiones (2007). Vinilos rock español (2009) fue una evocación nostálgica del rock y de quienes le amaron en España mientras éste se grabó en vinilo. Cuanto sabemos de Bosco Rincón (2010) supuso su regreso a la narrativa tras quince años de ausencia. La nueva era del cine de ciencia-ficción (2011), junto a La edad de oro de la ciencia-ficción, constituye una historia completa del género, aunque ambos textos son de lectura independiente. No halagaron opiniones (2014) fue un recorrido por la literatura maldita, heterodoxa y alucinada. Por su parte, David Lynch, el onirismo de la modernidad (2017), fue un estudio de la filmografía de este cineasta. El cine negro español (2020) es su última publicación hasta la fecha.  

 


 

          

 

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